Hoy soy la mujer más feliz del mundo, lavando ropa.

Efectivamente, y no, no estoy loca, es que estoy estrenando lavadora.

Después de meses de lavadero y lavamática, ¡al fin, al fin! puedo tener una lavadora.

Y todos estos meses me la pasé preguntándome ¿cómo hacían las amas de casa de antes, con tantos hijos y demasiada ropa clara? Dios mío, las admiro y doy gracias al cielo de que me haya tocado vivir en estos tiempos, donde si no tienes lavadora tienes fácil acceso a las lavamáticas.

Porque les cuento que cuando recién se descompuso mi anterior lavadora, me vino un chispazo de optimismo y dije "Venga, que puedo arreglármelas con mi lavadero, voy lavando la ropa del día a día, y no pasa nada", pero No, definitivamente No. Empecé así, y a los tres días, mis manos estaban resecas, me dolían los brazos, la cintura, la espalda; la ropa horas y horas en ¡escurrirse, deja de pensar en secarse!.

Entonces me rendí y decidí ir a la lavamática, práctica, hasta que te das cuenta de todo el dineral que gastas... ves a alguien echando una ropa al cesto y piensas ¡No, por favor, no! Luego notas que no te rinde el tiempo, porque no es lo mismo usar una lavadora en casa, donde mientras haces alguna otra cosa, que irte a sentar a una silla en un local, mientras lees y ves girar un montón de máquinas, y para variar ir con niños y que se les antoja todo, mis hijos eran ya de apenas entrar a la lavamática y: "¿me compras unas papas y un jugo?".

Así que no importa que sea sábado, soy feliz lavando, en casa, deshaciéndome uno a uno de los cestos de ropa sucia, y teniendo en claro, muy Ad hoc, que : "La ropa sucia se lava en casa".